Análisis

“Si me quieres, léeme un libro”: la camiseta viral de Kaia Gerber o cómo los libros siguen siendo una de las mayores herramientas de ‘branding’ de las celebridades

La lectura es una actividad maravillosa y placentera, pero no nos hace mejores personas
Modelo  mujer leyendo libro
Thos Robinson / Getty Images

En los albores de internet, una célebre frase de John Waters comenzó a circular como la pólvora: “Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo folles”. En aquel momento, ni Rosalía ni Bad Gyal habían despuntado y lo choni era un concepto degradado social y culturalmente. Mientras tanto, Owen Jones teorizaba sobre la demonización de la clase obrera en Chavs, un ensayo de culto que convertía en protagonistas a los jóvenes del extrarradio que llevaban chándales rosas y aros dorados. Nadie quería ser como aquellos que, supuestamente, se beneficiaban del dinero que les concedía el Estado para salir adelante. Y las firmas de moda aún no habían fagocitado toda esta cultura —y su estética— para convertirla en lo más chic del panorama global.

Pero en cuestión de años todo se dio la vuelta. O eso nos pareció. De repente, aquello que era considerado de poco valor, como el reggaeton, los logos, el bling bling, las uñas extra largas o los conjuntos de Juicy Couture, se había convertido sin esperarlo en lo más deseado por las nuevas generaciones. Y aunque siempre ha habido sectores de la juventud que se han mantenido firmes en sus estéticas más cercanas al minimalismo o a lo preppy, en esta nueva etapa lo eminentemente cool era todo aquello que durante décadas habíamos denostado.

Más allá de las inclinaciones personales de cada cual, la lectura que se hacía de esta vuelta de tuerca que se había decidido desde el mercado era halagüeña. De alguna manera, se ponía en valor todo aquello que antes por puro clasismo había estado denostado. ¿Pero fue realmente así? ¿En algún momento se puso realmente en cuestión la cultura hegemónica? Y es aquí donde entran los libros porque en todo este proceso de democratización de los productos culturales de masas, estos objetos con un gran alto valor social y cultural han permanecido siempre a la vanguardia, protegidos de los juicios ajenos. Más que los discos o que las películas o las obras de teatro o las exposiciones.

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Kaia Gerber

En el ámbito de las redes sociales y el mundo de la moda, los coffee table books siempre han mantenido su estatus, pero sin haberlo imaginado títulos concretos y especialmente curados —Joan Didion fue la primera en despuntar— aparecerían salpicados en las cuentas de Instagram de las chicas más interesantes del momento. Y entre ellas, celebrities como las Hadid, Kendall Jenner o Kaia Gerber que presumían de sus lecturas, siempre a la última. Porque no es lo mismo leer a Sabina Urraca que agarrar un libro de Corín Tellado y acabárselo de una sentada. “Ni es lo mismo leer novela romántica o un premio Planeta que el Ulises”, apunta Marta Portela, experta en literatura inglesa y coleccionista de antiguas ediciones de la editorial Penguin. "Aunque los libros siempre hayan sido marcadores de alta cultura, siguen estableciéndose diferencias dependiendo de nuestro apetito”, apostilla.

Con todo, Portela considera que es una “estupidez” demonizar a alguien por no tener libros en casa y tampoco cree que tenerlos suponga absolutamente nada. “Aunque yo soy una lectora voraz y disfruto mucho de la lectura, eso no quiere decir que alguien que no lo haga no merezca mi tiempo o que me lo tire. Pues dependerá de si me cae bien y de muchas otras cosas”, sopesa.

La misma Sabina Urraca, también lectora habitual, escribió al respecto en un texto que fue compartido por todas aquellas que se sintieron interpeladas. “Odio cuando alguien dice «Ay, tengo que leer, no leo casi nada», como pillado en falta, como avergonzado, como arrodillado frente a un dios lector despiadado, como señalando con apuro un hueco sin escalar oculto detrás de un jarrón y tapándolo de nuevo enseguida. No hace falta leer. Ninguna falta. Nos hemos empeñado en alicatar con baldosín bien brillante esa idea de la persona virtuosa con un libro en la mano, del ser en armonía devorando una novela (brrrakjjjjj, vomito, no puede ser más repugnante esa expresión). Es mentira. No. No hay que leer. Lo que sí hay que hacer es intentar ser buenas personas, esforzarse, detenerse un momento y pensar cómo se está actuando y por qué. Esa es la lucha. Eso sí. ¿Pero leer? Leer, no. Sería injusto para el inmenso placer que puede ser leer que alguien se obligase a sí mismo a leer. Leer no merece ese sudor. Leer sólo merece placer. Leer es algo que brota o no brota. No se puede hundir la mano en la tierra y estirar de la raíz, porque eso lo mata todo”.

Entre tanto, Dua Lipa monta un club de lectura o posa con un libro, Rosalía sitúa convenientemente sus ejemplares de Blackie Books y Kaia Gerber se deja ver con una camiseta en la que se puede leer: “If you love me, read me a book”. La foto ya se ha convertido en una imagen aspiracional y, como consecuencia, el capital cultural de quien la lleva se ha vuelto aún más valioso porque Gerber ya no es solo una cara mona, es también una intelectual. Una clara estrategia de branding que jamás falla y que dispara directa al corazón, sin entrar a valorar en si la modelo lee o no y de lo que no tenemos por qué dudar.

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No seré yo quien renuncie a que le lean o a leerle a alguien a quien quiero agradar; lo he hecho en infinitas ocasiones. Lo que resulta cuestionable es que el acto de hacerlo constituya un símbolo de estatus, más que una actividad que nos proporciona placer como cualquier otra. “Estamos habituadas a recibir todos esos mensajes sobre que leer nos hace libres, nos alimenta, nos hace crecer y todas esas cosas y sí, claro, leer puede hacer todo eso, pero no es el leer en sí mismo, sino que yo creo que es el acto de comunicación y de escucha que contiene la lectura el que genera todo eso”, apunta la escritora Brigitte Vasallo, autora de Lenguaje inclusivo y exclusión de clase, uno de los ensayos que me ha llevado a algunas de las reflexiones contenidas en este artículo.

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Porque el libro sigue siendo un símbolo de estatus, lo queramos o no. Los libros, en palabras de Vasallo, “son el paradigma del conocimiento”; y el acto de leer “nos refina, nos pule el alma, nos pule las formas”. Y deja fuera a un gran sector de la población. “Es un elemento con marca de clase porque no todo el mundo tiene acceso a leer ni a los libros. Además, si consideramos que es en la cultura escrita en donde está contenida toda la cultura, entonces dejaremos a todas las otras culturas fuera, que necesariamente pasan a ser inferiores”, continúa Vasallo. Para la escritora, lo que nos hace realmente libres no es el objeto en sí mismo sino ese proceso al que se refería anteriormente y que también aparece en otras ocasiones igual de enriquecedoras y placenteras. “Ocurre cuando vemos una película, pero también en una sobremesa, durante un paseo o cuando te vas al bosque y te sientas callada y escuchas el entorno”, remata.

Se trata de disfrutar con lo que hacemos, no de calibrar su valor; un valor que por cierto está siempre construido socialmente pues nada vale nada por sí mismo, más allá de lo bien que nos haga sentir a nosotras.